martes, 17 de septiembre de 2013

Fito Páez

Puede fallar. Aunque el número tres se asocia a la idea de perfección, Martín y yo tenemos la evidencia de que un trío puede fallar.
Y lo peor, es que a veces es demasiado tarde cuando se ve que la noche sensual y morbosa que se preparó con dedicación y esmero va derechita al fracaso.
Porque uno tiene la conciencia tranquila… Se dieron todos los pasos necesarios: lectura atenta de perfiles, selección de los más afines, intercambio de skype,  charla/s por chat, un café para conocerse y ver qué onda… Todo en orden, nada puede salir mal. Error.
Es cierto que  después -en el caso concreto del que hablo- al analizar el porqué del desastre advertimos señales que en el entusiasmo inicial pasamos por alto: vueltas y más vueltas para acordar el lugar de encuentro, excesiva preocupación por cómo se dividiría la cuenta del hotel… Pero hubo un comentario que nos hizo avanzar pese a esos pequeños detalles negativos: el relato de una anécdota que pintaba a nuestro tercero como un superdotado (y no me refiero a su intelecto).
No somos ingenuos: sabemos que muchas veces las autodescripciones son exageradas, por no decir mentirosas. Pero ¿puede alguien  mentir con algo tan fácil e inmediatamente comprobable como el tamaño? La respuesta, por desgracia, es sí.
El comentario previo había sido: “me contacté con una pareja, pero cuando les mandé una foto me dijeron que con una pija tan grande no iban a poder, que no se animaban”.
¡¿Taaan grande sería?! Fuimos al hotel con gran expectativa. Casi no podía esperar a verlo desnudo para tocar esa maravilla y disfrutarla. Pero cuando por fin llegó el momento, no encontré qué tocar. Mucho menos disfrutar, claro. La pija parecía inexistente de tan chica. En un segundo Martín y yo comprendimos la ironía de aquel comentario, que nuestro amigo nunca llegó a captar. ¿Mecanismo de autodefensa, tal vez?
A partir de ahí, todo fue remarla y remarla. Créanme que un turno de tres horas puede ser una eternidad. La pija chica -¡chiquitísima!- ya era decepcionante, pero si a eso le sumábamos eyaculación precoz -¡precocísima!- y un no saber qué hacer más que pajearse mirando a la pareja con la que compartía la cama… estábamos al horno.
Esa noche chupé lo inchupable y soporté más tiempo que el soportable que intentara torpemente darme algún tipo de placer (que se sepa: un dedo puede ser auxiliar de una pija, pero nunca su reemplazo).

Por su parecido físico, recordamos a nuestro partenaire de esa noche como “Fito Páez”. Solo lo recordamos porque nunca volvimos a verlo, por supuesto. No somos un par de malvados, así que no le detallamos lo mal que lo habíamos pasado. Eso –sumado a su enorme capacidad de negación–  lo llevó a proponernos nuevos encuentros y aún hoy likea algunas de nuestras fotos. “¿Se cortó la onda, chicos?”, nos dijo en un mensaje. No, Fito, quedate tranquilo. ¿Acaso puede cortarse lo que nunca existió?

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